25 de agosto de 2007

Saramago en contacto



Este video recoge la entrevista que se le hizo a Saramago en un programa francés, Contact.

El Cuento de la Isla desconocida:
El audio lo podéis oír y descargar aquí.

Este cuento lo podéis leer en Ciudad Seva

En radiocable.com, tenéis la oportunidad de ver una entrevista bastante interesante a Saramago, en esta ocasión en español.

Y en http://www.elpais.com/todo-sobre/persona/Jose/Saramago/67/ , vais a encontrar diferentes artículos sobre la trayectoria y algunas opiniones del escritor luso.

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Borges a fondo (1980)



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La Biblioteca Total

El capricho o imaginación o utopía de la Biblioteca Total incluye ciertos rasgos, que no es difícil confundir con virtudes. Maravilla, en primer lugar, el mucho tiempo que tardaron los hombres en pensar esa idea. Ciertos ejemplos que Aristóteles atribuye a Demócrito y a Leucipo la prefiguran con claridad, pero su tardío inventor es Gustav Theodor Fechner y su primer expositor es Kurd Lasswitz. (Entre Demócrito de Abdera y Fechner de Leipzig fluyen -cargadamente- casi venticuatro siglos de Europa.)
Sus conexiones son ilustres y múltiples: está relacionada con el atomismo y con el análisis combinatorio, con la tipografía y con el azar. En la obra El certamen con la tortuga (Berlín, 1929), el doctor Theodore Wolff juzga que es una derivación, o parodia, de la máquina mental de Raimundo Lulio; yo agregaría que es un avatar tipográfico de esa doctrina del Eterno Regreso que prohijada por los estoicos o por Blanqui, por los pitagóricos o por Nietzsche, regresa eternamente.

El más antiguo de los textos que la vislumbran está en el primer libro de la Metafísica de Aristóteles. Hablo de aquel pasaje que expone la cosmogonía de Leucipo: la formación del mundo por la fortuita conjunción de los átomos. El escritor observa que lo átomos que esa conjetura requiere son homogéneos y que sus diferencias proceden de la posición, del orden o de la forma. Para ilustrar esas distinciones añade: "A difiere de N por la forma, AN de NA por el orden, Z de N por la posición."

En el tratado De la generación y corrupción, quiere acordar la variedad de las cosas visibles con la simplicidad de los átomos y razona que una tragedia consta de iguales elementos que una comedia -es decir, de las veinticuatro letras del alfabeto.


Pasan trescientos años y Marco Tulio Cicerón compone un indeciso diálogo escéptico y lo titula irónicamente De la naturaleza de los dioses. En el segundo libro, uno de los interlocutores arguye: "No me admiro que haya alguien que se persuada de que ciertos cuerpos sólidos e individuales son arrastrados por la fuerza de la gravedad, resultando del concurso fortuito de estos cuerpos el mundo hermosísimo que vemos. El que juzga posible esto, también podrá creer que si arrojan a bulto innumerables caracteres de oro, con las veintiuna letras del alfabeto, pueden resultar estampados los Anales de Ennio. Ignoro si la casualidad podrá hacer que se lea un solo verso."(1)

La imagen tipográfica de Cicerón logra una larga vida. A mediados del siglo XVII, figura en un discurso académico de Pascal; Swift, a principios del siglo XVIII, la destaca en el preámbulo de su indignado Ensayo trivial sobre las facultades del alma, que es un museo de lugares comunes -como el futuro Dictionnaire des idées reçues, de Flaubert.

Siglo y medio más tarde, tres hombres justifican a Demócrito y refutan a Cicerón. En tan desaforado espacio de tiempo, el vocabulario y las metáforas de la polémica son distintos. Huxley (que es uno de esos hombres) no dice que los "caracteres de oro" acabarán por componer un verso latino, si los arrojan un número suficiente de veces; dice que media docena de monos, provistos de máquinas de escribir, producirán en unas cuantas eternidades todos los libros que contiene el British Museum.(2)

Lewis Carroll (que es otro de los refutadores) observa en la segunda parte de la extraordinaria novela onírica Sylvie and Bruno -año 1893- que siendo limitado el número de palabras que comprende un idioma, lo es asimismo el de sus combinaciones posibles o sea el de sus libros. "Muy pronto -dice- los literatos no se preguntarán, '¿qué libro escribiré?', sino '¿cuál libro?' "Lasswitz, animado por Fechner, imagina la Biblioteca Total. Publica su invención en el tomo de relatos fantásticos Traumkristalle.

La idea básica de Lasswitz es la de Carroll, pero los elementos de su juego son los universales símbolos ortográficos, no las palabras de un idioma. El número de tales elementos -letras, espacios, llaves, puntos suspensivos, guarismos- es reducido y puede reducirse algo más. El alfabeto puede renunciar a la cu (que es del todo superflua), a la equis (que es una abreviatura) y a todas las letras mayúsculas. Pueden eliminarse los algoritmos del sistema decimal de numeración o reducirse a dos, como en la notación binaria de Leibniz. Puede limitarse la puntuación a la coma y al punto. Puede no haber acentos, como en latín.
A fuerza de simplificaciones análogas, llega Kurd Lasswitz a veinticinco símbolos suficientes (veintidós letras, el espacio, el punto, la coma) cuyas variaciones con repetición abarcan todo lo que es dable expresar: en todas las lenguas. El conjunto de tales variaciones integraría una Biblioteca Total, de tamaño astronómico. Lasswitz insta a los hombres a producir mecánicamente esa Biblioteca inhumana, que organizaría el azar y que eliminaría a la inteligencia. (El certamen con la tortuga de Theodore Wolff expone la ejecución y las dimensiones de esa obra imposible.)

Todo estará en sus ciegos volúmenes. Todo: la historia minuciosa del porvenir, Los Egipcios de Esquilo, el número preciso de veces que las aguas de Ganges han reflejado el vuelo de un halcón, el secreto y verdadero nombre de Roma, la enciclopedia que hubiera edificado Novalis, mis sueños y entresueños en el alba del catorce de agosto de 1934, la demostración del teorema de Pierre Fermat, los no escritos capítulos de Edwin Drood, esos mismos capítulos traducidos al idioma que hablaron los garamantas, las paradojas que ideó Berkeley acerca del Tiempo y que no publicó, los libros de hierro de Urizen, las prematuras epifanías de Stephen Dedalus que antes de un ciclo de mil años nada querrán decir, el evangelio gnóstico de Basílides, el cantar que cantaron las sirenas, el catálogo fiel de la Biblioteca, la demostración de la falacia de ese catálogo. Todo, pero por una línea razonable o una justa noticia habrá millones de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. Todo, pero las generaciones de los hombres pueden pasar sin que los anaqueles vertiginosos -los anaqueles que obliteran el día y en los que habita el caos- les hayan otorgado una página tolerable.

Uno de los hábitos de la mente es la invención de imaginaciones horribles. Ha inventado el Infierno, ha inventado la predestinación al Infierno, ha imaginado las ideas platónicas, la quimera, la esfinge, los anormales números transfinitos (donde la parte no es menos copiosa que el todo), las máscaras, los espejos, las óperas, la teratológica Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espectro insoluble, articulados en un solo organismo... Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira.

1 No teniendo a la vista el original, copio la versión española de Menéndez y Pelayo (Obras completas de Marco Tulio Cicerón, tomo tercero, p.88). Deussen y Mauthner hablan de una bolsa de letras y no dicen que éstas son de oro; no es imposible que el "ilustre bibliófago" haya donado el oro y haya retirado la bolsa.

2 Bastaría, en rigor, con un solo mono inmortal.

(Texto de Jorge Luis Borges)

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21 de agosto de 2007

El Quijote como juego

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19 de agosto de 2007

17 de agosto de 2007

Introducción a la literatura griega

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9 de agosto de 2007

Introducción a la poesía de Catulo



Odio y amo. Quizás te preguntes por qué hago esto.
No sé, pero siento qué es así y sufro
Estos magistrales versos (mucho más hermosos en su idioma original, en latín) son de uno de los más insignes poetas no ya del mundo romano sino de todos los tiempos.

Nos referimos al poeta Catulo y estos dos versos conforman el epigrama LXXXV, dedicado como muchos otros de sus poemas a ‘Lesbia’.

Cayo Valerio Catulo nació en Verona en la última mitad del siglo I a.C., probablemente hacia el año 87. Sea como fuere, lo importante es que le tocó vivir una de las épocas más movidas de la historia romana: desde la dictadura de Sila hasta el primer triunvirato, es decir, el paso de la Roma republicana y aristocrática a la época del principado con una Roma abierta y cosmopolita.
En sus poemas se ve esta apertura hacia el mundo helenístico que caracteriza a los jóvenes poetas (poeta novi) del siglo I antes de nuestra era. Poetas que querían cambiar el aspecto de la cultura romana, que vieron la necesidad de cambiar para que, anquilosada, no muriera. ¿No hay cierto paralelismo entre estos poetas y nuestra Generación del 27? Desde luego no hay nada nuevo bajo el sol.

Pero volvamos a Catulo. En Verona, Catulo puede que haya conocido a Quinto Metelo Céler y a su señora Clodia, de la que se enamoraría definitivamente y que sería, probablemente siempre, su amada (u odiada) Lesbia. Algunos piensan que fue precisamente el regreso de Metelo y familia a Roma lo que hizo que Catulo viajara hasta la capital de la República. Claro, suponemos también que influyó en su ánimo el hecho de que un joven con aspiraciones literarias, de noble linaje, quisiera conocer las innovaciones culturales que se realizaban en Roma.

El caso es que nos encontramos con Catulo en plena Roma, admitido en un grupo de jóvenes audaces en el arte, de una clase alta, con gustos refinados, amparados en una gran camadería, enemigos de todo lo que representaba los antiguos valores itálicos, pero lejos también del populismo representado por César. Jóvenes disconformes y revolucionarios culturalmente (¿ven, de nuevo, algún paralelismo?).

Y para comprobar con quién se llevaba bien Catulo no hay que indagar en libros de historia o suponer relaciones, simplemente hay que leer sus poemas. Ellos son la prueba evidente de sus amistades y de sus odios. Catulo ama a sus amigos, de forma incondicional, se ríe con ellos, los llora, les recrimina sus relaciones con otras personas, los echa de menos… y desprecia a sus enemigos con tanta fuerza como quiere a sus amigos.

Al regreso de su amigo Veranio, le dedica estos versos:
“Veranio, el que yo prefiero
entre mis trescientos mil amigos,
¿es cierto que has vuelto a tu casa, junto a tus penates
y a tus bien avenidos hermanos y tu anciana madre?
Has vuelto. ¡Oh, noticias gratas para mí!...”

Pero, también escribe:
“No me preocupo demasiado en procurar serte agradable, César,
ni en saber si eres hombre blanco o negro”

Como el primer verso que pusimos, odia y ama.

Pero aquellos versos iban dirigidos a Lesbia. Lesbia está siempre. La ama, pese a que todos le hablan en contra de ella: “Vivamos, Lesbia mía, y amémonos, y todos las murmuraciones de los viejos severos no nos importen ni un as. Los soles pueden morir y volver a salir; pero nosotros, cuando nuestra breve luz se apague una sola vez, tendremos que dormir una noche eterna…”.

De ella necesita tantos besos como estrellas haya en el firmamento o granos de arena en el desierto. Y, sin embargo, ella no fue siempre la amada entregada: “Ahora ella ya no te quiere; tú insensato no la quieras tampoco, y no persigas lo que huye, ni entristezcas tu vida…” y en otra: “Lesbia siempre me maldice, pero nunca deja de hablar de mí: que me muera si no me quiere…” y acaba: “Celio, nuestra Lesbia, aquella Lesbia, la Lesbia aquella a la que Catulo, a ella sola, quiso más que a sí mismo y que a todos los suyos, ahora por plazuelas y callejones regala sus favores a los nietos del magnánimo Remo”

Y Catulo escribe también poemas que parecen encargados o ejercicios retóricos, en los que la influencia helenística es tan grande que llega, incluso a traducir poemas de Calímaco. En estos poemas, Catulo deja de ser el poeta humano y sensible, y muestra todo su saber mitológico e histórico.

Los poemas de Catulo no han perdido su frescura, si se pueden leer en latín, sería estupendo, porque no se pierde la sonoridad y el ritmo original, pero existen muy buenas traducciones al español. Yo aconsejo, dos, una la que hace Luis Antonio de Villena en su ensayo Catulo (1979), en ed. Júcar y otra la de Juan Petit, la de Villena es, en realidad, una antología, la de Petit es completa. Ambas son bilingües. Hay también otra de González Iglesias (2006), pero ésta no la conozco.
En Internet (sólo seleccionamos sitios donde aparezca la obra, hay muchos más en los que se trata sobre el estilo, los temas y las formas de los poemas):

http://www.fh-augsburg.de/%7Eharsch/Chronologia/Lsante01/Catullus/cat_intr.html, el corpus completo de los carmina, para los que se atrevan con el latín.
http://www.catulo.com/index.shtml, los poemas en español, con links a otras páginas sobre Catulo.
http://www.geocities.com/versoados/webpoemas/catulo.htm, una pequeña muestra de este gran poeta.

(este artículo ha sido publicado también en http://www.leergratis.com)

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3 de agosto de 2007

Introducción a Mio Cid



El Cid, el de la barba florida, cabalga de nuevo en su Babieca con su Colada levantada hacia el cielo. Viene cabalgando, verso a verso, desde hace 800 años (Per Abat lo copió en el año 1207: “Per Abbat le escrivio en el mes de mayo en era de mil e. CC XLV años”, no hay error en la datación, el 1245 de Per Abat, se corresponde con el 1207 del calendario actual), pero, de boca en boca, probablemente un siglo antes.

Sus autores (o su autor) quedan en la bruma del tiempo, ni siquiera está claro si fue uno o fueron dos, si eran o no juglares, si era de Burgos o de Teruel. Lo que sí está claro es que crearon al primer héroe de la literatura española.

Un héroe más próximo al Aquiles que al Odiseo homérico, pues, teniendo momentos en los que muestra cierto sentido del humor, toda su acción se centra en la reconquista de su honor perdido. Lucha contra los moros y lucha contra su destino de caballero desterrado, sólo para recuperar la honra y se arrodilla ante el rey que lo expulsó, porque es el Rey y es su Señor y estamos en la Alta Edad Media y el Caballero no puede enfrentarse a su Rey y, en caso de enfrentarse, debe purificarse y volver a recuperar la honra y el honor perdido. Y eso es lo que hace Mio Cid.



Mio Cid (sin tilde el ‘Mio’, porque así lo escribió el buen abad Pedro) se llama en realidad Rodrigo Díaz de Vivar, el sobrenombre se lo dan en el campo de batalla, mi valeroso señor.

Pero mejor nos quedamos con Mio Cid, porque el otro, el de verdad, Rodrigo Díaz de Vivar, al parecer, no tuvo mucho que ver con nuestro héroe épico, o, al menos, tuvo muy poco que ver. Porque, seamos francos, Rodrigo Díaz fue una especie de mercenario que, en ocasiones, luchó más por la bolsa que por el corazón. Expulsado por traición a su rey, vivió en la frontera, en muchos sentidos. Tampoco se corresponde mucho aquello de las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión, hay bastante confusión en las cronologías y, probablemente, eran niñas muy pequeñas cuando ocurrió el destierro paterno. En realidad, historia, leyenda y literatura se entremezclan y confunden.

Sea como fuere, el que de verdad nos interesa es el caballero del Cantar y el Cantar mismo. Nuestro héroe literario es el representante del espíritu castellano, sobrio y duro como la misma tierra, (pero también sabe ser tierno con sus seres queridos). Y así es también el Cantar, que no se deja llevar por la imaginación desbordante de otras épicas, como la francesa o la nórdica. Todo está porque tiene un sentido y todo tiene una explicación lógica y terrenal, no hay dragones ni se oyen trompetas mágicas a cientos de kilómetros de donde la hacen sonar. Nuestro poema (y nuestro hidalgo) son mesurados y, más o menos, verosímiles.

El Poema, por si alguien no se acuerda o, despistado, lo ha perdido entre otros conocimientos, está dividido en tres Cantares: el del destierro (Mio Cid, abandona la corte castellana, desterrado. Se refugia en tierras no cristianas, donde lucha contra los moros, enviándole todas las ganancias al rey que lo ha desterrado); el de las Bodas (el rey le devuelve sus honores al Cid, en realidad, se los concede, porque muchos de ellos no los tenía, una vez que el caballero se ha apoderado de Valencia y se la ha ofrecido al monarca; los infantes de Carrión piden en matrimonio a las hijas del castellano); la afrenta de Corpes (los infantes son victimas de la burla de la comitiva del Cid que los deja en ridículo y como cobardes, en represalia, golpean y abandonan a las hijas en un robledo de Corpes; el Cid pide justicia al rey). El poema acaba con la noticia de que las hijas de Mio Cid se casarán con los reyes de Navarra y Aragón. Es decir, los nietos del Cid, un vasallo de reyes, llegarán a ser reyes y señores.

Puede que la lectura de la versión original resulte un poco complicada, por las grafías, sobre todo, pero para los que no se atrevan con ésta, hay versiones adaptadas, de muy buen nivel.
En el portal http://www.cervantesvirtual.com/bib_obra/Cid/index.shtml, encontrarán varias versiones de la obra, entre ellas el mismísimo manuscrito de Per Abbat.

Otro buen sitio para consultar sobre esta obra es http://www.virtual-spain.com/literatura_espanola-miocid.html, especie de directorio en el que se han recopilado enlaces de todo tipo, todos sobre el Cantar y la figura de Mio Cid.
Y, recuerden que “a todos alcanza honra por el que en buen hora nació

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